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paraíso para todos
Pasamos un par de días en la Península de Osa en Costa Rica. Está al sur, del lado del Pacífico, cerca de la frontera con Panamá. Es recinto de la reserva natural de El Corcovado.
Llegamos hasta Cabo Matapalo. No lo sabíamos, pero por ser temporada de lluvias/temporada baja, la mayoría de los hoteles y hostales estaban cerrados y casi no había nadie en la región. Encontramos por suerte un hotel con cabañas en la selva desde donde se oía el mar a lo lejos, con un primer plano de miles de sonidos de animales e insectos que sonaban sin parar.
Salimos a caminar en la mañana. La idea era ir hasta una cascada dentro de la selva y después pasar un rato en la playa. El paisaje era exuberante. En un punto, entre los árboles sobre nosotros, descansaba un grupo de tucanes negros de pico enorme y amarillo.
Caminamos por un sendero de tierra y luego por una brecha en la selva hasta llegar exhaustos y acalorados a la cascada. Alta y esbelta caía dentro de una pequeña poza de piedras. Entramos y nos metimos debajo del potente chorro de agua fresca mientras pequeños pececitos nos mordían los pies haciéndonos cosquillas.
Regresamos hacia la playa, esta vez por el río entre piedras y piedrotas resbalosas. En el camino, junto a nosotros, varias cascadas pequeñas bajaban por el río de agua cristalina. Llegamos por fin a la playa y nos echamos a leer un rato bajo los árboles. Guacamayas rojas enormes conversaban escandalosas entre las ramas y volaban (casi siempre en pares) sobre los árboles arriba de nosotros. Después de un rato fuimos a una playa más pequeña para nadar.
Durante todo el día no habíamos visto casi a nadie. Por la temporada baja. La cascada, la playa y los caminos estaban prácticamente vacíos de gente y solo encontramos un par de caminantes y surfistas extranjeros en la playa. Pero todo el rato veíamos letreros (casi todos en inglés) de casas privadas y hospedajes colgados junto a pequeños senderos que salían del camino principal.
Caminando por el sendero nos encontramos con un niño que iba en su bicicleta, y poco más adelante, vimos un grupo grande de monos titís que se mecían entre las copas de los árboles. Nos detuvimos y salimos unos metros del camino hacia los árboles para verlos mejor. A diferencia de otros tipos de monos que habíamos visto antes, como los sarahuatos, que son pequeños, gritones y de lo más indiferentes o los capuchinos, de cabeza blanca y cuerpo café oscuro, tímidos y huidizos, los monos tití eran curiosos y nos miraban sin parar desde las alturas. Mientras los mirábamos de vuelta, el niño de la bicicleta se había detenido y parecía que los miraba también, pero a diferencia de nosotros, no se reía. Después de un rato y con el cuello medio adolorido de tanto ver hacia arriba, regresamos al camino emocionados con el encuentro.
Justo cuando empezábamos a caminar, el niño nos llamó y nos dijo, con el tono cortés de un escuincle insoportable de 9 años, -I don´t want to bother you, but that is private property- refiriéndose al espacio arbolado al que habíamos entrado para ver mejor a los monos. Nos dimos cuenta entonces de que se había detenido todo ese rato, no a mirarlos a ellos, sino a vigilarnos a nosotros. Nos tomó por sorpresa. Y no. Habíamos estado unos días en Costa Rica antes de llegar a la península y hasta entonces todo, entre más paradisiaco, más nos decía PROPIEDAD PRIVADA.
Le contestamos con el tono cortés de dos mexicanos burlones que no lo volveríamos a hacer y seguimos hacia la playa, en donde rápidamente retomamos la fantasía que Cabo Matapalo nos había regalado todo el día, la de estar rodeados por un paraíso libre e inexplorado.