Estepa que no acaba nunca hasta que llega al acantilado y desaparece. Cielo infinito, a veces tan alto, tan lejos y a veces tan cerca que parece que se puede tocar. Nubes que viajan a velocidad estrepitosa, todo el viento. El desierto que se defiende de todo y de él mismo. El mar bravo, a veces azul profundo, a veces turquesa, a veces verde.
Caminos como flechas en línea recta de asfalto que se disuelven en espejismos y de tierra (ripio le llaman acá) y polvo. Cuánto polvo. En medio de paisajes que a veces son la luna y a veces el fondo del mar.
El lugar en donde el todo es la nada y es el todo. La inmensidad.
La dramática hermosura de la desolación absoluta. Cruzamos la Patagonia. Bajamos por la RA 3.