El encuentro con el Circo Maravilla
Íbamos pasando por una pequeña carretera cerca de Masaya, en Nicaragua, cuando nos encontramos con el Circo Maravilla. Una carpa minúscula de colores desgastados, tapizada de parches y levantada sobre el pasto con gradas conformadas por tablas viejas sobrepuestas, con una pista de no más de tres metros de diámetro.
Nos detuvimos para tomar unas fotos y a buscar con quién hablar del circo.
Juan Carlos, su joven y entusiasta director, salió y platicó con nosotros un buen rato. Nos contó que el circo Maravilla es el más pequeño de Nicaragua y que se formó en el 2005 en Managua como parte de un conjunto circense que incluye dos circos más.
Aunque en un principio contaba con 25 integrantes, ahora cuenta solo con siete, los más dedicados a la vida del circo, según nos dijo. Todos participan en su armado y desarmado, en la venta de boletos y la dulcería, además de contar con diferente actos que incluyen magia, equilibrismo, acrobacia, fonomímica (imitación de cantantes famosos como Juan Gabriel, Selena y el Dueto Pimpinela), números de hula hula, baile y sketches cómicos con payasos. El espectáculo no incluye la participación de animales, porque por un lado el circo en contra de su maltrato y por otro, los animales son muy caros de mantener. El único perro amaestrado que tuvieron, fue robado en medio de la noche, después de una función, en uno de los pueblos donde se presentaron y desde entonces solo viajan con perros mascotas.
Su espectáculo tiene una duración aproximada de una hora y tiene la particularidad de que todos los días es diferente.
Decidimos regresar en la noche para ver el show que daría inicio a las ocho de la noche. Compramos nuestras entradas (15 córdobas, equivalentes a poco menos de $8.00 por persona) y nuestras palomitas y entramos en la carpa. Dentro había poco más de 35 personas y los dos perros de la compañía que se movían libres entre las gradas y la arena. Los actos más aplaudidos fueron los de payasos y el del salto acrobático. Casi llegando al final, el espectáculo tuvo que ser acortado debido al chubasco que cayó de pronto y que hizo que casi la mitad del público tuviera que salir corriendo porque habían venido sin paraguas y tenían que regresar a su casa bajo la lluvia, antes de que arreciara.
La función de circo
A poco de llegar, para dar inicio a la función, sonó la única bocina (totalmente tronada) y se escuchó de pronto a todo volumen My heart will go on de Celine Dion. A los pocos segundos apareció en el escenario Gabriela, vestida con una camiseta de tirantes y mallas de lycra color menta arriba de las rodillas, casi sin maquillaje y con una sencilla cola de caballo. Sin preámbulos empezó a hacer diferentes movimientos mientras sostenía un vaso de plástico con la frente. Con total concentración y muy lentamente extendía y plegaba los brazos, levantaba una pierna, se hincaba, se sentaba, y se acostaba. El vaso siempre en la frente. Mientras, sobre la música se medio escuchaba el Director del circo relatar sobre la destreza necesaria para llevar a cabo un acto como ese, en apariencia sencillo, pero con tan alto margen de error.
Había algo sutil y mágico en lo básico del acto. El público miraba entre expectante y paciente mientras la equilibrista se movía pausadamente.
Gabriela repitió los mismos movimientos un par de veces (sin tirar el vaso) y finalmente salió de escenario tras una brevísima, diríase tímida, reverencia al público. Volvió a salir a escena pocos segundos después, esta vez vestida con un bikini del que colgaban cuentas de colores y unas calcetas blancas casi a la rodilla. Ahora sonaba una escandalosa cumbia centroamericana.
Gabriela bailaba (con la misma concentración con la que minutos antes había sostenido el vaso) durante toda la canción con pasos que iban de la cumbia al reguetón. Esta vez lo que movía eran los hombros, la cadera, la cintura y las nalgas al ritmo acelerado de la música. Lo único que la diferenciaba de una bailarina exótica eran sus calcetas blancas y largas a la rodilla. Esa era la delgadísima línea que las mantenía dentro del arte circense. El público la observaba silencioso y aplaudió escuetamente al final de ese segundo acto. Luego, parecería que para alivio de todos, llegaron los payasos.
El segundo acto había sido un poco perturbador. Más porque sabíamos que Gabriela (Victoria es su nombre real) es la mujer de Juan Carlos, el director del circo, tiene poco más de 16 años y está recién embarazada. Aunque están juntos desde hace poco y por un mal entendido, Bendito sea Dios, ahora están muy contentos, según nos contó sonriente Juan Carlos en la plática que tuvimos con él durante esa mañana.
Esos dos actos resumen de alguna manera el resto de la función, que contenía en cada número una mezcla de factores que hacían que todo fuera un poco triste y decadente pero a la vez inocente y radiante. Con un mínimo de recursos materiales y escénicos, la compañía del Circo Maravilla realizó esa noche uno de los actos más paradójicos y poco promocionados hoy en día (pero no por eso menos frecuentes): el acto del malabarismo perfecto entre la tristeza y la alegría, que aunque confuso por sus contradicciones, puede ser profundamente bello.