Cucurucho de hoja de plátano con puré de yuca, puerco en adobo y ralladura de col con zanahoria. Para llevar o para ir comiendo?
Manjar de canela en bolsita. Cuántas?
Edificio del Antiguo Hospital de San Juan de Dios en Granada, Nicaragua. Funcionó entre la primera y la última década del siglo pasado y ahora está prácticamente desmantelado y en total abandono, pero conserva con gracia sus aires de grandeza y sus verdes y azules pálidos de quirófano.
Fuimos a visitar el volcán Masaya por la tarde. Habíamos reservado un espacio en la visita que hacen en la noche y que empezaba una hora antes del atardecer. La idea era ver el cráter del volcán y después entrar a las cuevas (formadas por ríos de lava hace cientos de años) de las que salen cada noche miles de murciélagos.
Ya la subida hacia la punta del volcán era un espectáculo. Todo lo que se veía alrededor era piedra volcánica cubierta por un pasto corto de color verde claro que brillaba con la luz de la tarde. Como una escena de Heidi corriendo por campos lunares.
Llegamos al cráter Santiago con luz de día. Un boquete enorme del que salía humo (como un vapor blanco) sin parar. El cráter está activo y parece que la salida de los gases es lo que mantiene al volcán tranquilo.
Al acercarnos a la boca, los gases tóxicos se sintieron intensamente haciendo que los ojos nos ardieran y no se pudiera respirar muy bien. Estuvimos en ese punto solo 15 o 20 minutos y seguimos agradecidos hacia el siguiente cráter (el volcán tiene tres, y sólo Santiago está activo), un poco más alto que el anterior. La vista desde el cráter Masaya al atardecer era hermosísima. En medio de un enorme valle color verde intenso, se veían a lo lejos otros volcanes (cómo caben tantos en un país tan pequeño) y el lago Masaya.
Bajamos ya oscureciendo y fuimos a visitar las cuevas con casco y linterna. Recorrimos 380 mts de la primera en total oscuridad, por corredores húmedos de piedra y raíces colgantes de árboles y al salir fuimos a ver la segunda, a la que no entramos porque está llena de murciélagos (y guano). Nos paramos al centro de la entrada mientras cientos salían esquivándonos a velocidad estrepitosa.
Parecía que el recorrido se estaba terminando pero entonces regresamos al cráter Santiago (del otro lado de los humos asfixiantes). Ya era de noche y caminamos hasta un pequeño mirador de madera desde donde se veía el fondo del gran agujero volcánico. Y entonces sucedió lo más impresionante. Oímos al volcán. Desde la profundidad crujía, bufaba, gruñía.
Un volcán es una montaña viva. Sentimos su vaho tóxico y vimos el paisaje recuperando su fuerza poco a poco, después de siglos de haber sido sepultada por la lava candente que acaba con todo y que tiene la fuerza imparable que abre corredores subterráneos en la piedra. Fuerza que es vida y destrucción. Parados al borde del precipicio oímos la tierra. Y entonces guardamos silencio.