La idea original al llegar a Manaus era viajar desde ahí hasta la costa manejando por la Transamazónica, pero llegando a la ciudad nos enteramos de que el trayecto que va de ahí a Santarém (la mitad del camino) tiene tramos por los que no se puede circular, aun en temporada seca. El camino está en mal estado y hay tramos demasiado largos y desolados por los que prácticamente no transita nadie y que son comúnmente asaltados por piratas.
Decidimos entonces ir por el río. Pero al investigar la manera de irnos, nos dimos cuenta de que aunque hay muchos barcos que circulan todo el tiempo en ambas direcciones, parece que la práctica de viajar con coches es poco común.
La gran mayoría de los barcos son similares en tamaño y en ninguno cabía nuestro coche. Tuvimos que esperar casi una semana a un barco balsa que venía desde Perú y que podía llevarlo hasta Santarém.
El viaje tomó dos días con sus noches (hubiera tomado el doble si viniéramos en sentido contrario, debido a la corriente del río que iba a nuestro favor). La balsa barco San Marino II tenía tres niveles; en el primero estaba la cocina y el comedor además de toda la mercancía almacenada (principalmente motocicletas nuevas, refrescos y costales de granos) y los tres coches que viajaban en el barco, entre los que estaba el nuestro. El segundo y tercer piso eran para pasajeros. Aproximadamente 180 hamacas en total. El tercer piso tenía además un bar con música todo el día.
El día de la salida, de camino al puerto, compramos dos hamacas en el mercado y llegamos tres horas antes de salir de Manaus. A esa hora ya había bastante gente pero encontramos un buen lugar para poner las hamacas en el segundo piso, al centro, en una de las hileras laterales, del lado de la sombra donde sopla más la brisa. La distancia entre hamacas de variedad infinita se fue haciendo mínima y para cuando salió el barco, literalmente no cabía nadie más. Teníamos la ventaja de poder dejar todas las cosas dentro del coche, lo que nos dejaba movernos tranquilamente por todo el barco, pero el resto de los pasajeros viajaba con todas sus maletas y bultos a un lado de las hamacas. De cualquier forma, todos se veían bastante relajados y solo se ponían especialmente atentos cuando el barco paraba y bajaba y subía gente, pasajeros nuevos y vendedores con todo tipo frutas y botanas.
Los días en el río pasaron rápido, entre lecturas largas y siestas arrulladoras y la primera noche fue tranquila aunque soplaba mucho viento frío (por suerte teníamos nuestros sleeping bags), la segunda noche cayó una tormenta torrencial pero bajaron las cortinas de plástico y no pasó nada grave. La comida no estaba mal, los baños estaban sorprendentemente limpios aun al final del viaje y la gente era muy amable y sonriente. Fue un buen viaje.