Y así como llegamos, de pronto, dimos una vuelta y salimos de la estepa para entrar a las montañas. Se acabó la Patagonia.
Salvo porque la Patagonia no se nos va a acabar nunca.
Más de 10,000 años de distancia se acercaron a nosotros y nos hablaron. Nos dijeron que todos somos únicos y que todos dejaremos una huella en el mundo, no importa lo pálida que sea. O al menos, eso quisimos escuchar.
Llegamos a la cueva de las manos, con sus asombrosas pinturas rupestres. Las más antiguas se registran alrededor del 7300 a.C. y las más recientes son del 1350 d.C.
A lo largo de ese periodo se ven dos temas principales en las pinturas; el primero tiene que ver con escenas de caza de guanacos y choíques, que eran el sustento más importante de la gente que habitaba las cuevas. El segundo es la silueta de más de 800 manos de todos tamaños. Aunque las técnicas y maneras de representarlos cambiaron con el tiempo, los temas fueron siempre los mismos.
La zona arqueológica está protegida desde hace poco más de 30 años y se puede visitar solo con un guía, pero las pinturas se ven muy de cerca. Es muy emocionante.
En medio de kilómetros de estepa infinita, se abrió la tierra y se formó un cañón de altísimos muros de piedra. En el centro quedó un estrecho valle por el que pasaba un río, que lo convirtió en un oasis en medio del desierto. Eso sucedió más o menos en el tiempo en que África se separó de América.
Unos miles de años después, los primeros habitantes de la zona, nómadas cazadores, pasaban temporadas en el valle y en las cuevas formadas en los muros de piedra y pintaban en ellas.
Unos más miles de años después llegamos al Cañón del río Pinturas. El oasis y las pinturas siguen ahí.