Subíamos por un sendero tapizado de hojas en medio de un bosque exuberante de árboles de troncos altísimos tapizados de musgo y hongos, rodeados por helechos de hojas gigantescas con textura de piel de elefante y tallos espinosos. Y subíamos, y subíamos.
Dos horas después llegamos al mirador. Frente a nosotros estaba el Ventisquero Colgante, un glaciar clavado en la parte más alta de una montaña del que brotaba una cascada altísima que se convertía en un río decenas de metros más abajo. Nos quedamos ahí un rato, asombrados y recuperando el aliento después de la subida, empezamos el descenso.