Poco después de haber cruzado al Círculo Polar llegamos a un camping a pasar la noche. No había nadie. Nadie. A la entrada sólo había un buzón con sobres en donde se pagaban los doce dólares de la entrada (como en todos los campings de Yukon).
A diferencia de la tundra que nos había acompañado todo el camino, este era un oasis de pinos y árboles pequeños sobre una alfombra de hierba esponjada llena de flores moradas. Montamos la tienda de campaña y preparamos la cena. Eran poco más de las nueve de la noche pero seguía siendo totalmente de día. Todo estaba en silencio. No se oían insectos ni pájaros, nada. De pronto apareció junto a nosotros una liebre inmensa y se puso a comer de un arbusto haciendo como que no nos veía. La única visita de la noche, que seguía siendo de día. Como a las once y media nos acostamos. Empezó a llover y siguió lloviendo toda la noche. En un momento nos despertamos pensando que era de día y cuando Ivan salió a ver la hora en el reloj del coche, eran las cuatro de la mañana. La luz casi no había cambiado desde la tarde del día anterior. Nos dormimos un rato más y como a las siete nos despertaron los pájaros (parece que ellos entendían mucho más el tema del horario).
Cuando salimos de la tienda de campaña ya no llovía y unos rayos de sol se colaban entre las nubes. Todo estaba mojado y brillaba intensamente. Desayunamos y levantamos el campamento. Salimos del oasis y seguimos el camino al norte.
Tomamos la Dempster Highway, en Yukon, Canadá para llegar al Círculo Polar. Fueron poco más de 1200 kilómetros de ida y vuelta en un camino de tierra bajo un techo de nubes perpetuas rodeados casi todo el tiempo por tundra interminable de un verde intenso salpicado de miles de flores moradas que aparecen cada año durante el mes de julio. La mayor parte del terreno tiene una capa de permafrost debajo de la superficie (el nombre corto de permanently frozen ground), que es una condición térmica de la tierra que permanece bajo los 0ºC durante todo el año, lo que hace que no puedan crecer árboles en ella. En la zona que visitamos, la capa de permafrost tiene un espesor que va de los 50 cm hasta los tres metros, pero mucho más al norte llega a tener hasta 4000 metros de profundidad.
Durante el recorrido por la tundra vimos osos, zorros, liebres y una mandada de miles de caribús a la distancia. Vimos como una nube envolvía a una montaña como un velo y sentimos la fuerza incontenible de los vientos que se acercan al final del mundo. Un lugar extraño y hermosísimo en donde todo acaba y comienza al mismo tiempo.