jugando futbolito en la plaza del pueblo un domingo en la mañana…(vista desde palco)
Decidimos tomar el camino largo de Coatzacoalcos a Villahermosa. Dejamos la súper autopista-rajatabla con dirección al sureste y nos metimos a la izquierda hacia la Venta. En la guía, la carretera aparecía como línea amarilla (carretera secundaria) y supusimos que nos llevaría un poco más de tiempo pero poco después de Villa Sánchez Magallanes, el camino desapareció. Literalmente. La carretera se había deslavado y no había paso.
Empezamos entonces un recorrido de más o menos cincuenta kilómetros en brecha accidentada de arena, pasando de un terreno a otro de los lugareños. Cada tanto nos encontrábamos con garitas de mecate a medio paso que ellos mismos habían puesto y en donde nos cobraban $10.00 por derecho de paso. Cada vez.
El paisaje era imponente por su hermosura (el camino pasa debajo de miles de palmeras y entre follajes desbordantes justo en medio del mar fuerte y revuelto del Golfo y la calma de varias lagunas quietas) pero también imponente e implacable el olvido y abandono de la región. Mientras avanzábamos por el paraíso desolado a ritmo de rally nos preguntábamos hace cuánto que no hay carretera, por qué no la han arreglado, cuántas veces alguien habrá prometido a la gente de las garitas que la iban a arreglar. Cuántas veces la gente de las garitas les habrá creído, cuándo habrán dejado de creerles.
Conforme entrábamos y salíamos de las pequeñas rancherías de casas con puertas de menos y niños de más, empezaron a aparecer: pequeños templos de 5 x 5 mts, todos con diseños y nombres distintos. Decenas de puntos de reunión en donde la gente se reúne buscando respuestas, a tantas preguntas. Buscando creer, con suerte, en algo que no sea una falsa promesa.