Íbamos en la carretera en camino a Cochabamba. Pasamos por Totora y nos bajamos a caminar un rato. El pueblo de casas con paredes de adobe y techos altos de teja estaba silencioso y el tiempo parecía haberse detenido. Insólitamente, no había coches en las calles empedradas. Un anciano estaba sentado en una banca de piedra, tomando el sol de la tarde y nos saludó. Lo saludamos de vuelta y nos preguntó si nos gustaba Totora. Le dijimos que mucho. Sonriendo, nos contestó «Totora es bonito, pero sólo el silencio hay». Nos despedimos y caminamos un rato más, luego agarramos camino.