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¿Qué le pasó al castillo?
No habíamos ido a Disneylandia desde la década de los ochenta. Y cómo no íbamos a ir ahora, si durante el viaje hemos ido a tantos sitios de peregrinaje (el que diga que no llegan peregrinos a Disneylandia, que cheque el estacionamiento…), si nosotros fuimos en nuestra infancia parte de este peregrinaje, si hicimos las colas, si nos emocionamos con las montañas rusas, si nos tomamos la foto con los ídolos. Así que decidimos volver. Ahí estaba todavía, rastros de lo que recordábamos y unas varias renovaciones. Las hordas de gente (aunque era martes después de uno de los puentes más importantes del año y las colas eran muy cortas, gracias), las gorras con orejas de ratón, la música que no para, las princesas con vestidos de mil crinolinas y sonrisas perennes, el parade al final de la tarde. Pero claro, las cosas han cambiado desde entonces; hay más princesas que antes y son mucho más populares, hay que decirlo, las montañas rusas no se sienten tan intrépidas y la variedad de gorras con orejas de ratón se siente absurdamente infinita, ¿Y qué le pasó al castillo? ¿Se lo llevaron y trajeron uno mucho más chico?
Suponemos que aunque nos divertimos, a la visita que hicimos esta vez no se le puede llamar peregrinaje, si en un punto, lo que a uno más le llama la atención es que el pobre hombre que está dentro de la botarga de Mickey no se desmaye del calor con las temperaturas de principios de septiembre en el sur de California. ¿Acaso perdimos la fé en el mágico mundo de colores? Para nada, lo único que pasó es que confirmamos que el mágico mundo de colores existe, y que muchas gracias, pero ya no hace falta ir a Disneylandia para descubrirlo.
Nosotros con Emy
Justo antes de regresar a México, pasamos por Temécula a ver a mi mamá love. Por fin estábamos ahí y nada más llegamos, nos pusimos a platicar: en su mini jardín, caminando entre viñedos, mientras recorríamos Disneylandia. Platicamos hasta que nos despedimos cuando nos subimos al coche para continuar el camino hacia el sur. Fueron pláticas de las mejores, las que solo se interrumpen con abrazos.