En la Garganta del Diablo en Iguazú. Toda la fuerza, toda el agua. Que no pare nunca.
Cada tanto, un encuentro del tercer tipo a 100 km/h
La temporada navideña nos agarró bastante desprevenidos. Seguro fue el cambio de ritmo y de rutina, estar en movimiento todo el tiempo, tan lejos de todo y no tener que pensar en regalos ni hacernos (para qué sufrir) ilusión con la cena de navidad y el/los recalentados. Nada olía a pino, como cuando uno va a escoger su árbol de navidad al mercado. No vimos ninguna piñata de estrella amarrada al techo de un coche ni fuimos a ninguna posada. No nos tocó tomar ni un solo ponche calientito.
Pero en Brasil también se celebra la Navidad. Y en forma, así que estuvimos poco más de un mes viviendo la temporada navideña en el trópico. Las ciudades se visten con luces y árboles de navidad de todos tamaños, muchos hechos de botellas de plástico reciclado en colores verde, blanco y rojo. Nada de pinos. Las casas ponen árboles artificiales de todos colores con luces en las ventanas. Hay nieve en spray. Un éxito. El rush navideño a ritmo de samba, es rush navideño igual y las calles están llenas de gente haciendo compras de última hora mientras Santa Closes enfundados en su traje de franela rojo y su barba blanca circulan a 40º C.
Y en medio de esos días extraños de furor navideño-tropical nos encontramos con Cidade Albanoel. El parque de diversiones está en la carretera que conecta a Rio de Janeiro con São Paulo por la costa. Está abandonado y cerrado pero igual cupimos por un huequito de la reja y nos metimos a explorar. Estuvimos ahí durante los primeros 15 minutos de una película de terror, justo antes de que salga el asesino. Pero no llegó (seguro estaba tomando un agua de coco o haciendo la siesta, ese día hacía muchísimo calor).
Volamos en Ala Delta sobre el Parque Nacional de Tijuca en Rio de Janeiro. El primero en saltar fue Chelo, luego Gala y al final Ivan.
Desde arriba vimos el Pão de Açúcar y el Morro del Corcovado a lo lejos y debajo, la montaña y la playa y el mar. Los pájaros volaban junto a nosotros y se sentía que planeábamos a la misma velocidad. Luego más abajo volamos sobre la ciudad y vimos muchas casas con alberca y edificios y coches y gente. Y nosotros planéabamos en silencio, escuchando solo el viento. Descubriendo por fin que se siente hacer lo que solo habíamos hecho soñando, volar despiertos.