Calor absoluto, humedad como del 80% , sudor pegajoso, millones de mosquitos (también de día!!), ruido de insectos sin parar, vegetación desbordante, verdes intensísimos, puestos de fruta en la carretera. A 500 km de la ciudad y ya estamos en el trópico. Es oficial.
Llegamos a Tlacotalpan al caer la tarde. El pueblo nos recibió silencioso en jueves. Después de dejar las cosas en el hotel salimos a caminar. Al pasar por las casonas de techos altos, detrás de las rejas de las ventanas abiertas, se veía a la gente en sus mecedoras, viendo la tele, leyendo, platicando, tomando el fresco nomás debajo del bendito aire del ventilador. En la calle, además de nosotros, algunos niños aventurados y uno que otro paseante en bicicleta. Aunque estaba anocheciendo, todavía hacía muchísimo calor (y siguió haciendo para siempre…).
El verano pasado el río Papaloapan se desbordó y el pueblo se inundó durante varios meses. Ahora está remodelado casi por completo. Las casas pintadas de colores brillantes y las calles limpias con banquetas amplias de jardineras con pasto recortado. La plaza principal, con su insólito piso de mármol blanco, es tan resplandeciente como siempre.
Tlacotalpan tiene magia y ritmo pausado. Después de todo, no es común que uno se siente dentro de un cuento de García Márquez y al mismo tiempo, dentro del catálogo de la COMEX. Pocos lugares en donde tantos colores y tan buena cadencia.
Al día siguiente, Tlacotalpan nos despidió también en silencio, viernes por la mañana, y el calor se vino con nosotros.