En Mocoa, un gallinazo se estira sobre un poste luz.
No importa si hace frío o hace calor, si es el desierto o la selva, una ciudad, un pueblo o en medio de la nada, los zopilotes siempre aparecen por ahí.
Cada camino del viaje ha sido un camino nuevo. Y en la mayoría de los casos, un camino por el que sólo pasamos una vez. Por lo general, cuando en los mapas no es claro el estado de una carretera, tratamos de informarnos sobre cómo está y en general, lo que nos dicen se acerca bastante a la realidad y los caminos, aunque siempre nuevos y siempre diferentes, a veces más lentos que otras, a veces más hermosos que otras, han sido casi siempre caminos sin contratiempos. Pero ha habido casos, en los que el camino se convierte en algo totalmente distinto a lo que esperábamos. Así nos pasó yendo de Pasto a Mocoa, recién entrando a Colombia. Preguntamos al salir del pueblo y nos dijeron que el camino estaba bien y pavimentado pero que igual preguntáramos en el retén militar si no era peligroso circular por ahí en esos días. Un militar muy amable preguntó por radio y nos dijo que el camino estaba tranquilo y que Mocoa quedaba como a tres horas.
Nomás entrando a la carretera empezaron las curvas. Cerradísimas, una tras otra sin descanso. A la hora de plano nos paramos por un limón con sal para el mareo (el primero del viaje). Ahí nos dijeron que faltaban cinco horas para llegar a Mocoa. Chupamos limón y tomamos aire. Como a la media hora desapareció el pavimento y el camino se hizo más angosto. Íbamos bordeando montañas exuberantes de bosque tropical y todo el tiempo nos encontrábamos con cascadas de todos tamaños. Llovía a ratos y de pronto todo se cubría de nubes y entonces más bien no se veía casi nada. El camino de tierra lodosa se sentía agarrado de la montaña con las uñas al borde de precipicios interminables.
Llegamos a la cima de una montaña y de pronto apareció, en medio de la neblina, una enorme torre de comunicaciones llena de antenas. Cuando nos acercamos, vimos que estaba totalmente rodeada de barricadas hechas con costales rellenos desde donde nos vieron pasar dos soldados aburridos. Cuando llegamos a Mocoa, nos contaron que esa torre fue atacada alguna vez por la guerrilla y que aunque la zona ahora es más tranquila, sigue siendo custodiada por el ejército hasta la fecha.
Íbamos muy lento, tanto que aunque las curvas seguían siendo cerradísimas y seguidísimas por lo menos ya no había posibilidad de marearse. Por suerte casi no encontramos otros coches o camiones, pero era claro que en la mayor parte del trayecto, el ancho del camino daba solo para un vehículo, entonces casi cada encuentro con uno significaba frenar y que alguno de los dos hiciera reversa hasta encontrar un punto en el que el otro tuviera espacio para pasar.
Más o menos después de cinco horas llegamos al pueblo de Mocoa, la capital del departamento de Putumayo, entrando en la región amazónica de Colombia.
Nos paramos a comer unos elotes tostados con limón y sal en la plaza y seguimos el camino hacia San Agustín, el pueblo al que llegamos a dormir.
Íbamos de Pasto a Mocoa por uno de los caminos más espectaculares y peligrosos del viaje. Zona de derrumbes que es también zona de rumba. Acabábamos de llegar a Colombia.
Haciendo pausa en la recta de una de las carreteras de mil curvas de Colombia