Casas a la orilla del río Araçá, esperan pacientes a que el agua las alcance.
Viajamos por el Amazonas al final de su época más seca, poco antes del inicio de la temporada de lluvias, que comienza en enero. El río estaba casi lo más bajo que llega a estar y aun así, era inmenso. Pero para el mes de julio, el nivel del agua subirá entre 12 y 15 mts. Eso es agua.
Salimos de Manaus, una ciudad de poco más de dos millones de personas, para ir a la selva. Nada más salir de la ciudad, se hizo evidente que todo alrededor del río está hecho en base a los cambios de nivel del agua. Al llegar al puerto esa mañana, nos topamos con el enorme muro de contención que sube a la altura de la calle, bajamos por una rampa de tres niveles y caminamos por la playa unos cientos de metros hasta llegar al muelle flotante de donde salió la lancha que nos llevaría a la selva. En temporada de lluvias, cuando el río alcanza su máximo nivel de agua, habríamos tomado la lancha a nivel de la calle.
Durante el trayecto que hicimos en lancha por el río Araçá hacia la posada en la que íbamos a pasar un par de días, veíamos sorprendidos la altura de la ribera (que llega a estar totalmente dentro del agua) y las casas descansando sobre pilotes de madera que llegan a medir hasta diez metros de altura.
Esa tarde fuimos a caminar por una selva primaria (el nombre que le dan a la selva que nunca ha sido talada) en la región baja, que es cubierta por agua cuando crece el río. Caminamos un par de horas selva adentro entre árboles que descansan sobre un piso tapizado por hojas. Era impresionante caminar entre los troncos altísimos de esos árboles tan antiguos en los que claramente se veía la marca del nivel del agua, muy por arriba de nuestras cabezas. En temporada de lluvias, el mismo recorrido que hicimos a pie, se hace en canoa. Nos imaginábamos lo distinto que debe ser el paisaje entonces, lo diferente que debe verse todo. Pero ese será otro viaje…