Salimos de la Tayrona en la mañana. Selva tropical, palmeras, abundancia. En cuatro horas ya habíamos llegado a Riohacha y el paisaje había cambiado radicalmente, estábamos llegando al desierto, en La Guajira. Huizaches, cactus, arena roja. Pasamos por Manaure y paramos en la salinera, que a lo lejos parece un paisaje nevado junto al mar. Una hora después estábamos en la ciudad de Liberia, el final de la carretera pavimentada. De ahí el camino se convertía en terracería hasta el Cabo de la Vela. Llegamos al atardecer.
Dormimos en hamacas junto a un mar extraño de tan silencioso. Al día siguiente caminamos mar adentro, muy adentro, con el agua a la cintura. El viento y el sol secaban la ropa en los tendederos en menos de una hora.
El mar y el desierto. Paisajes de belleza dramática. Estábamos en la punta más al norte de Sudamérica.
Nos quedamos a dormir en un hostal dentro del parque nacional Tayrona. La planta eléctrica prendía justo al anochecer y hasta las 10 de la noche. Salvo en noches de tormenta. Los truenos se oían a lo lejos y justo habíamos terminado de hacer la cena cuando el aguacero ya era inminente. Apagaron la planta. Se fue la luz. Cenamos a la luz de los rayos.