A las afueras de Cartagena, a toda velocidad en mototaxis suicidas, con dirección al Puerto Contecar a recoger por fin el coche. Llegó sano y salvo, nosotros también.
Si es verdad que Sin tetas no hay paraíso, estamos en el paraíso sin duda. Mujeres hermosas y exhuberantes se pasean por todas partes a nuestro alrededor.
Pechos desbordados, contenidos, parados y caídos, enormes, juguetones, imponentes. Pechos de silicón y naturales, desbocados, recién descubiertos y ya muy sobados. Pechos altivos, pechos contentos.
Será por eso que en Cartagena siempre se oye música.
Cartagena de Indias con su nombre de hace tanto y su ciudad amurallada de calles angostas con casas de techos altos y balcones de madera pesada con enredaderas que trepan hacia el cielo. Tantas flores.
Casonas majestuosas de patios frondosos que reposan silenciosos detrás de los muros anchos y encalados. Tantas mecedoras.
Y en cada puerta, un guardián.