Nos encontramos con los últimos venados justo antes de llegar a San Francisco. Gracias y hasta la próxima.
Yours truly,
Y que en medio de la tormenta, en la noche sin estrellas, o en la desolación del extravío, el faro te echa una luz para que encuentres el camino.
Las casas solitarias que salpican las costas del sur de Oregon y el Norte de California son un tema. Porque están en lugares increíbles y porque son muchas. Escondidas detrás de una curva, prendidas de la orilla de un acantilado, el mar que se les mete por la ventana. El mero lujo de tener a la inmensidad como único vecino, en un país donde la inmensidad se cobra por metro cuadrado.
Queríamos hacer pic nic y decidimos parar en Fort Ross, porque habíamos leído que había una iglesia rusa ortodoxa del siglo pasado. Llegamos al Fuerte y había fiesta.
Se celebraba el bicentenario de la llegada de la comunidad rusa a la zona. Sacerdotes y monjas ortodoxos, niños vestidos de campesinos rusos, música y canto, comida típica y vodka. Todo el kit. Y nosotros, comiendo nuestra ensalada de pasta y pasando bastante desapercibidos.
Después de tanto tiempo y al otro lado del continente, ahí estaban otra vez. Los ruidosos y majestuosos Leones Marinos. Ligeramente más pequeños que los que vimos en el sur, pero igual que ellos, tomando la siesta sobre las rocas, indiferentes a las olas que reventaban a su lado.