Pasamos una tarde, una noche y una mañana en Nanciyaga. Está en la laguna de Catemaco, del otro lado del pueblo. Es una reserva ecológica dentro de la selva tropical. Con diez cabañitas de madera que descansan en pilotes sobre el agua, un manantial de agua mineral, un restaurante con horno de pan, kayaks y canoas además de todo el kit ritual que incluye temascales, limpias y ceremonias prehispánicas, Nanciyaga es un gran lugar para desconectarse (o conectarse, según se vea). Lejos de pretensiones eco chic y eco cool, el lugar se percibe como genuinamente en armonía con el entorno. Al llegar nos dieron dos linternas (no hay luz eléctrica) y en la cabaña nos encontramos con una pequeña vasija de barro con bicarbonato de sodio(se recomienda en lugar de pasta de dientes, para no contaminar el agua de la laguna) y una bacinica de peltre (los baños comunes están a distancia razonable) que nos pareció simpática a la llegada y oportunísima a media noche.
Pasamos una tarde de hamacas viendo monos sarahuatos colgados de los árboles, cenamos temprano y estábamos dormidos a las 10 de la noche. Perfecto plan de viernes.
Calor absoluto, humedad como del 80% , sudor pegajoso, millones de mosquitos (también de día!!), ruido de insectos sin parar, vegetación desbordante, verdes intensísimos, puestos de fruta en la carretera. A 500 km de la ciudad y ya estamos en el trópico. Es oficial.
Llegamos a Tlacotalpan al caer la tarde. El pueblo nos recibió silencioso en jueves. Después de dejar las cosas en el hotel salimos a caminar. Al pasar por las casonas de techos altos, detrás de las rejas de las ventanas abiertas, se veía a la gente en sus mecedoras, viendo la tele, leyendo, platicando, tomando el fresco nomás debajo del bendito aire del ventilador. En la calle, además de nosotros, algunos niños aventurados y uno que otro paseante en bicicleta. Aunque estaba anocheciendo, todavía hacía muchísimo calor (y siguió haciendo para siempre…).
El verano pasado el río Papaloapan se desbordó y el pueblo se inundó durante varios meses. Ahora está remodelado casi por completo. Las casas pintadas de colores brillantes y las calles limpias con banquetas amplias de jardineras con pasto recortado. La plaza principal, con su insólito piso de mármol blanco, es tan resplandeciente como siempre.
Tlacotalpan tiene magia y ritmo pausado. Después de todo, no es común que uno se siente dentro de un cuento de García Márquez y al mismo tiempo, dentro del catálogo de la COMEX. Pocos lugares en donde tantos colores y tan buena cadencia.
Al día siguiente, Tlacotalpan nos despidió también en silencio, viernes por la mañana, y el calor se vino con nosotros.