Cuando llegamos a Castrovirreyna estábamos perdidos, pero no lo sabíamos. Íbamos subiendo por la sierra camino a Huancavelica y hacía rato que el camino se iba haciendo cada vez más pequeño. Habíamos pasado la última desviación sin verla y seguimos poco más de una hora sin ver a nadie hasta que llegamos al pequeño pueblo. Eran las cinco de la tarde y todavía teníamos una hora de luz, pero pensábamos que faltaban dos horas para llegar a Huancavelica y preferimos parar para que no nos agarrara la noche en el camino.
Castrovirreyna era un pueblo diminuto de casas de adobe y calles de tierra. El único hotel era más bien una casa con unos cuantos cuartos en el patio trasero. Se llamaba Hospedaje América. En la puerta nos recibieron dos niñas como de 11 años, Milagros y Darling, las nietas del dueño del hotel, que nos acompañaron a instalarnos en nuestro cuarto mientras platicábamos del Chavo del Ocho, que era lo único que ubicaban de México. Después de un rato se pusieron a jugar a la pelota en el patio. Cuando oscureció salimos a comprar algo para la cena. La neblina había llegado y no dejaba ver más allá de unos pocos metros. Una lluvia finita mojaba las calles vacías del pueblo.
Entramos a un almacén atendido por la Señora Natividad. Compramos dos plátanos y unos panes dulces mientras platicábamos con ella de la música de José Alfredo Jiménez, que le gustaba tanto.
Cuando llegamos de vuelta al cuarto se soltó el aguacero y nos dormimos adentro de los sleeping bags y bajo cuatro cobijas, oyendo como el viento se metía por las rendijas de la puerta y la ventana. Nos despertamos al amanecer y antes de irnos, preparamos unos cafés en la cocina. Cuando nos íbamos preguntamos al dueño a cuánto estaba Huancavelica. Cuando nos dijo que faltaban cuatro horas para llegar pensamos que exageraba o que era el tiempo que se hacía en autobús guajolotero. Hasta que salimos del pueblo nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado de camino y que teníamos que regresar por donde habíamos venido la tarde anterior. Llegamos a Huancavelica cuatro horas después. Exactamente.
Preparando el café de la mañana.
Y después del desierto, subimos de vuelta. La puna, los lagos de agua fría, las montañas, la nieve. El cielo azul y el aire transparente de los 5000 metros de altura. Y tantas nubes.