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A muchas preguntas…
Decidimos tomar el camino largo de Coatzacoalcos a Villahermosa. Dejamos la súper autopista-rajatabla con dirección al sureste y nos metimos a la izquierda hacia la Venta. En la guía, la carretera aparecía como línea amarilla (carretera secundaria) y supusimos que nos llevaría un poco más de tiempo pero poco después de Villa Sánchez Magallanes, el camino desapareció. Literalmente. La carretera se había deslavado y no había paso.
Empezamos entonces un recorrido de más o menos cincuenta kilómetros en brecha accidentada de arena, pasando de un terreno a otro de los lugareños. Cada tanto nos encontrábamos con garitas de mecate a medio paso que ellos mismos habían puesto y en donde nos cobraban $10.00 por derecho de paso. Cada vez.
El paisaje era imponente por su hermosura (el camino pasa debajo de miles de palmeras y entre follajes desbordantes justo en medio del mar fuerte y revuelto del Golfo y la calma de varias lagunas quietas) pero también imponente e implacable el olvido y abandono de la región. Mientras avanzábamos por el paraíso desolado a ritmo de rally nos preguntábamos hace cuánto que no hay carretera, por qué no la han arreglado, cuántas veces alguien habrá prometido a la gente de las garitas que la iban a arreglar. Cuántas veces la gente de las garitas les habrá creído, cuándo habrán dejado de creerles.
Conforme entrábamos y salíamos de las pequeñas rancherías de casas con puertas de menos y niños de más, empezaron a aparecer: pequeños templos de 5 x 5 mts, todos con diseños y nombres distintos. Decenas de puntos de reunión en donde la gente se reúne buscando respuestas, a tantas preguntas. Buscando creer, con suerte, en algo que no sea una falsa promesa.
Nanciyaga
Pasamos una tarde, una noche y una mañana en Nanciyaga. Está en la laguna de Catemaco, del otro lado del pueblo. Es una reserva ecológica dentro de la selva tropical. Con diez cabañitas de madera que descansan en pilotes sobre el agua, un manantial de agua mineral, un restaurante con horno de pan, kayaks y canoas además de todo el kit ritual que incluye temascales, limpias y ceremonias prehispánicas, Nanciyaga es un gran lugar para desconectarse (o conectarse, según se vea). Lejos de pretensiones eco chic y eco cool, el lugar se percibe como genuinamente en armonía con el entorno. Al llegar nos dieron dos linternas (no hay luz eléctrica) y en la cabaña nos encontramos con una pequeña vasija de barro con bicarbonato de sodio(se recomienda en lugar de pasta de dientes, para no contaminar el agua de la laguna) y una bacinica de peltre (los baños comunes están a distancia razonable) que nos pareció simpática a la llegada y oportunísima a media noche.
Pasamos una tarde de hamacas viendo monos sarahuatos colgados de los árboles, cenamos temprano y estábamos dormidos a las 10 de la noche. Perfecto plan de viernes.