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La comitiva de despedida
Ricardo, Shaula y Tareke afuera de la casa, con café de despedida.
Escenas de Tacubaya
Vivimos en la colonia Tacubaya en una casa que está al fondo de un edificio al que se entra por Revolución, una avenida de seis carriles. Con suerte, uno pasa en coche frente al edificio Isabel a toda velocidad, con frecuencia, a vuelta de rueda en medio de un embotellamiento. En ambos casos, la avenida se percibe masiva y la cuadra pasa desapercibida, enmudecida en medio del caos que la rodea.
Pero al detenerse a mirar, Tacubaya tiene mucho que decir. En el radio de la cuadra uno puede encontrar un botón, un foco, una mochila, una antena de televisión, un exprimidor de naranjas, unos zapatos ortopédicos, un espejo cortado a la medida y un anillo de compromiso.
En la cuadra se arreglan coches, relojes, lentes, radios, se toman fotos de estudio a novias y quinceañeras y fotos de pasaporte en 10 minutos, se hacen cortes de pelo y se bañan perros. En la cuadra hay dos boneterías, tres casas de empeño y la clínica dental de Dios.
Uno puede comer, sin bajarse de la banqueta, caldos de gallina, tacos de bistec, longaniza, nana, buche, lengua y sesos, pambazos, gorditas, quesadillas, queso fresco, conchas con nata, bife de chorizo, chop suey y bisquets con café con leche.
En la cuadra se dan clases de baile semanales y cristalazos eventuales.
Tacubaya también guarda secretos. Detrás de los restaurantes chinos que abren 24 horas y que siempre están llenos de gente, hay una capilla del s.XIX que poca gente conoce y dentro del edificio del #119, detrás del portón plateado y al fondo del corredor lleno de plantas y gatos, está la casa M, nuestra casa, que esperamos nos espere y nos reciba al regreso. Tacubaya vive.
Y ahora, Tacubaya viaja.