cuando la fuerza del agua te jala y te quieres aventar
A las 4:20 de la tarde en punto se paró de la silla de palo que está junto a la mesa de madera, en la cocina. Lento caminó a la ventana, le echó agua a al malvón y la cerró con pasador. Tomó las ocho bolas de plátano verde que se estaban enfriando en un plato sobre la mesa de madera y las metió una por una en el toper , lo cerró y lo metió en una bolsa negra de plástico, le hizo un nudo. Apagó el radio que está en la repisa, salió de la cocina y caminó por el pasillo hasta la puerta, agarró su rebozo y se lo puso, agarró su sombrero y se lo puso, agarró su bastón y abrió la puerta, salió, cuidado con el escalón de piedra, y la cerró detrás de ella. Le echó doble llave. Eran las 4:32 de la tarde. Caminó por la calle empedrada, en silencio, concentrada, un paso viendo al piso, un paso viendo al frente. Una cuadra, la de la mercería, dos cuadras, la de la papelería, la tercera cuadra, que es la más larga de todas, cuatro cuadras, se oyó el primer silbido, fuerte, agudo, no aceleró el paso, cinco cuadras, buenas Doña Rosa, buenas Doña Hercilia, seis cuadras, dando vuelta lo vio allá, al final de la séptima cuadra. Eran las 4:52 de la tarde. Se oyó el segundo silbido. Paso a paso, se fue acercando. Buenas tardes Doña Hercilia, bolas de verde? Sí, ya ve que son sus preferidas. Pásele, otra vez creí que no llegaba. Sube un escalón, sube el segundo, sube el tercero, entra al vagón, camina hasta que encuentra un asiento junto a la ventana. Se sienta. Las bolas de verde descansan sobre sus piernas, se sienten calientes, piensa en la cara que va a poner cuando las pruebe. Sonríe. Son las 5:00 de la tarde, se va el tren, que nunca se ha ido sin ella.
Y es que cuando uno ve a una nube estrechar con tal pasión a una montaña, no se puede mirar para otro lado, así que no queda más que ruborizarse un poco y seguir mirando.