Nos bajamos de la lancha y caminamos dentro de la selva, siguiendo atentos a Artemio, nuestro guía. Después de media hora llegamos al Samauma, un árbol enorme de más de quinientos años. El cambio de color en el tronco indica hasta dónde sube el nivel del agua cuando el río crece en la temporada de lluvias. El Amazonas inmenso.
Sí, en medio de la nada, sí, un monumento poco más que espantoso, como tantos otros, sí, un día nublado, ni frío ni caliente (como aquí todos), pero sí también y sobre todo, EL ECUADOR. Y nosotros, cruzándolo. Un día excepcional.
En el teleférico bajando de regreso a Caracas, que está detrás de los árboles.