Íbamos en la carretera en camino a Cochabamba. Pasamos por Totora y nos bajamos a caminar un rato. El pueblo de casas con paredes de adobe y techos altos de teja estaba silencioso y el tiempo parecía haberse detenido. Insólitamente, no había coches en las calles empedradas. Un anciano estaba sentado en una banca de piedra, tomando el sol de la tarde y nos saludó. Lo saludamos de vuelta y nos preguntó si nos gustaba Totora. Le dijimos que mucho. Sonriendo, nos contestó «Totora es bonito, pero sólo el silencio hay». Nos despedimos y caminamos un rato más, luego agarramos camino.
Más de 120 km de carretera empedrada recorriendo las interminables montañas de Bolivia.
Bajó el sol y justo antes de que el día se apagara, se iluminó de mil colores.
Y a nosotros, tan pequeños, el corazón se nos hizo más grande.
La época de lluvias acaba de terminar. Todavía hay agua en el salar. El reflejo es infinito. Comimos con el cielo en todas partes.