Fuimos a la Lucha Libre. Tarde de domingo. El ring al centro del gimnasio municipal, la canción de Eye of the Tiger a todo volumen en cada presentación de los luchadores, los rudos tramposos contra los técnicos nobles (que no dejados), los réferis justos y los réferis vendidos. Los golpes fingidos, las marometas voladoras y las caídas tronadoras. Los gritos de odio y amor incondicional del público. Los niños corriendo a tomarse la foto con su luchador favorito, antes de que se meta a los vestidores. El intermedio. El olor a palomitas (que acá se llaman pipocas). Todo parecía bastante familiar. Hasta que ellas aparecieron. Sin máscaras pero con trenzas largas, sin mallas, pero con enaguas voladoras, rudas o técnicas, pero todas tremendas, las Cholitas Luchadoras.
Luchitas en pelota a orillas del Lago Titicaca, el Viernes Santo.