Llegando a Rio de Janeiro, un día lluvioso en el Museo de Arte Contemporáneo de Niteroi. Por fin Niemeyer.
Sorprendente por inesperado.
Y sorprendente a cada paso.
Tanto que regresamos a seguirnos sorprendiendo un segundo día.
Arte, naturaleza, gastronomía. Y claro su tiendita muy de museo, muy bonita y muy carita,
como las tiendas de museo son.
Queríamos verlo todo, y había mucho de cada cosa.
Centro cultural, jardín botánico. Cisnes en el lago. Varios lagos.
Ejército de jardineros.
Muchas palmeras, de diferentes tipos.
Mucho, mucho dinero.
Porque el Arte cuesta, y cortar tanto pasto, y traer tantas plantas de todos lados y acomodarlas para que compongan, también.
Fueron días sol tímido y de lluvias repentinas. Pero prestan paraguas. Incluido.
El carrito de golf que te lleva a ver las piezas más alejadas. Ese si cuesta. Caminamos mejor.
Horas de caminata. Arte, arte, plantas, arte, plantas-arte, arte, plantas.
Y nosotros contemplando y disfrutando, sin prisa y sin calma.
En el estacionamiento un miércoles,
seis camiones escolares, unos pocos coches y un helicóptero.
Todos nos fuimos a las 5 de la tarde, de regreso a la vida de cada uno, fuera de Inhotim.